|COLUMNA| Cuando el Diablo mueve la cola
DESDE ESPAÑA CON AMOR
El pasado 18 de febrero se cumplió un año de mi primera columna enviada a través de @SomosChileRadio y @DaleAlbo. De aquel trabajo de apenas 410 palabras a lo de ahora media un abismo. En todos los sentidos, créanme.
Trece meses después es mi deseo agradecer públicamente mi cariño y respeto a quien confió en mí, dándome la oportunidad única de poder comunicarme con gentes de Chile y del mundo, Don Roberto Quintana, alias @QuintanaChile.
Lo suyo era haber mandado este saludo el mes pasado, pero por no hacer las columnas más largas lo fui posponiendo. Como no tengo remedio (esta tiene su distancia que recorrer) y no deseando demorar más mi agradecimiento público a quien es mi mentor, aquí va mi homenaje personal.
El camino prosigue rumbo a la amistad, el compromiso y el respeto. Gracias por ayudarme a seguir construyendo los nuevos trayectos que quedan por hacer. De los túneles y puentes me encargo yo, estimado. Usted siga proporcionándome la maquinaria como hasta ahora. Mil abrazos en la distancia por su aguante, tolerancia y comprensión. De todo corazón.
Esta vez le propongo a ustedes un viaje a caballo entre los sueños y la realidad subidos a la grupa de la esperanza con la idea puesta en que no nos descabalguen. Lo entenderán a medida vayan adentrándose en este trabajo.
FÚTBOL, CABALLOS Y CAFÉ
La vida del fútbol está escrita a partes iguales subida a lomos de caballos trotando por encima de las nubes y máscaras endemoniadas dispuestas en fila para ahuyentar las nubes. El quid de la cuestión -y que hace grande a este deporte-consiste en adivinar cuándo nos vamos a caer del caballo y por dónde vendrán los jinetes de la oscuridad.
Nunca el fútbol dio tregua a la razón. Juega a moldear paraísos al mismo tiempo que garabatea corazones destrozados. Es capaz de sonreírte tres minutos antes de apartarte la mirada. Diseña edenes a sabiendas que Dios se ausentó. Te invita a soñar sin ser invitado. Aparece amable y cordial para darse a la fuga una vez te heló la sangre.
Tomar un café con el fútbol es un juego de emociones fuertes. Altamente excitante y peligrosamente seductor. Nunca sabes cual de las tazas está azucarada o cual contiene cicuta. De la felicidad extrema a las llamas del infierno. Con la cucharilla girando y girando en busca de respuestas. Dicen que las cualidades de un buen café las encontramos en la misma palabra café:
• -C de caliente;
• -A de amargo;
• -F de fuerte;
• -E de escaso.
Solo que el fútbol tiene el atrevimiento de servirlo ardiendo, al estilo irlandés, con crema, solo o con unas gotitas de licor, mojado en leche o haciéndonos creer que el suyo es el mejor del mundo cuando en realidad es un sucedáneo imbebible.
Así se las gasta este dichoso deporte, que para bien o para mal, nos tiene enganchado por el cuello sin saber muy bien si soltará pronto o apretará más de lo debido. Y sentados a su lado, entre sorbo y sorbo, risas y llantos, buenos y malos recuerdos, presentes para olvidar u oteando futuros placenteros, se nos pasa la vida.
FÚTBOL, SUEÑOS Y CABALLOS
Si no es Colo-Colo es La Roja, pero siempre con el alma encogida pensando que el fútbol en demasiadas ocasiones pasa de ser un ente travieso y juguetón a convertirse en algo cruel y despiadado. Es cuando nos dice que los caballos no llegaron y el Edén se encuentra oculto bajo 15 toneladas de escombros.
Afortunadamente el fútbol también sabe escribir de otras cosas que no sean desastres. Te brinda la oportunidad de soñar estando despierto con alcanzar la estrella 32, caso de nuestro Colo-Colo, o de ganar a Argentina y Venezuela para asentar las bases de un viaje a Rusia, allá por 2018, de nuestra selección nacional. Sin olvidar que hay gentes por esos mundos de Dios que en Copa Confederaciones dan a Alemania y Chile como favoritas para jugar la final.
Se vienen tiempos de grandes esperanzas y emociones al límite. No hay escapatoria posible desde el mismo momento que nos dejamos abrazar por este deporte voraz, inquieto y transgresor de la lógica.
Al margen de sentir orgullo por ser chilen@s-constando en acta que a pesar de no ser yo chileno, el orgullo lo llevo igual-nosotr@s decidimos darle nombre propio (Colo-Colo) a una pasión y ganas de sentir. Hicimos del eterno campeón nuestro hogar, nuestra casa.
Casas levantadas las hay a millones. No hay ciudad, pueblo, aldea o barrio ni rincón del planeta que vibre por unos colores, por un equipo. Con sus historias a cuestas; sus penas y alegrías; su grandeza aun siendo modestos; sus hundimientos y renaceres; sin historias que narrar o escribiendo ésta en letras de oro. Otras casas. Otros mundos. Otros sueños.
Pero quien nos quita el sueño y por quien dejamos girones de vida a cada tormenta acontecida lleva por nombre Colo-Colo. Bien sujetos a sus cimientos y aferrados a sus vigas, el pueblo albo sigue viajando en el tiempo en busca de la gloria y de la victoria eterna que nos haga sentir el majestuoso trotar de los caballos por encima de las nubes.
FÚTBOL, DEMONIOS Y CABALLOS
La vida quiso ofrecernos la oportunidad de levantar nuestro hogar en un lugar surgido de una rebeldía que hizo historia. Tras los pasos de David Arellano y cuantos levantaron la que hoy es nuestra casa, cientos y cientos de espíritus se agruparon para que las huellas de aquel sueño sigan como el primer día.
A punto de cumplir 92 años de historia, donde hubo de todo, los socios, hinchas y simpatizantes albos de ahora seguimos limpiando las veredas de matojos y malas hierbas para evitar que la selva nos cubra. Barriendo y ensanchando caminos para ampliar el legado de nuestros próceres; construyendo cortafuegos para impedir el avance de incendios; levantando mamparas de metacrilato cuando los fríos vientos polares amenacen con derribar puertas y ventanas; regando nuestro jardín en tiempos de sequía y amando y respetando Colo-Colo a la manera que no lo hacen otros.
Porque Colo-Colo, desgraciadamente, también tiene sus propios demonios. No hablo de dirigentes en esta ocasión. Hablo de esos pseudohinchas que en nombre de nuestro equipo atropellan la razón, la concordia, la paz, la armonía y el gusto por disfrutar cuando montados en sus caballos de guerra convierten en estéril los ricos pastos por donde pisamos los demás.
Son las voces que apagan la luz de nuestro cielo a cada paso que dan. Son los mismos jinetes cuyas monturas llevan grabado las letras odio, caos y destrucción. Quienes en vez de abonar la tierra que nos vio nacer, la cercan, desecan y convierten en desierto. Son el grito del miedo, los que enguarran el buen nombre de Colo-Colo y se adueñaron de nuestros símbolos sin pedir permiso.
Guerreando contra el mundo. Emprendiendo batallas donde no caben prisioneros. A base de dar más fuerte para ser más débiles. Vestidos de grandes señores hundidos en la miseria. La escoria que aleja de los estadios a las familias. Son los terratenientes del fútbol que esclavizan y someten a su voluntad a las buenas almas colocolinas. Son los pirómanos en cuyos incendios nos abrasamos quienes sí queremos realmente a Colo-Colo.
Son nuestros demonios. Son los que en Valparaíso tiñeron el fútbol de violencia, tristeza y dolor. Los mismos seres descerebrados que impiden, tiempo después, que 600 corazones albos sanos y comprometidos con la causa puedan alentar al cacique allá por Playa Ancha.
Estos sujetos son quienes cuando el Diablo mueve la cola cargan sus bayonetas, se suben a sus caballos y arrasan cuanto pueden. Y con las autoridades políticas, policiales y del mundo del fútbol rompiendo la cuerda por el lado más débil y vulnerable. Mirando desde sus palacios como los estadios se vacían al no ser capaces de retener y controlar el cabalgar de estos demonios disfrazados de hinchas. Dando muestras de claudicación ante su galopar colérico y desolador.
FÚTBOL, SOCIEDAD Y CABALLOS
Si ya de por sí el fútbol está capacitado para transformar tierras de cultivo en una especie de Valle de la Muerte (perdidas de títulos, de finales, descensos, quiebras económicas, etc.), lo que menos nos hace falta a los amantes del deporte rey es el dominio e implantación de patrones inspirados en la violencia que agrande el invierno de quienes proponen eliminar la primavera.
Soy de los convencidos que la violencia no debe combatirse con violencia ni represión, pero por el mundo se tomaron medidas drásticas y contundentes para acallar los gritos de guerra de cuantos decidieron cabalgar hacia lo salvaje.
Si bien es cierto que de un tiempo a esta parte los brotes violentos parecen renacer de sus cenizas, como pudimos comprobar en la última Eurocopa de Francia’ 2016 o en los altercados de los ultras del Legia Varsovia en Madrid por un partido de Champion League, entre otros varios, no es menos cierto que impedir la asistencia de una afición a un recinto en calidad de visita no soluciona el problema.
A parte de pagar justos por pecadores, empobrece el fútbol en sí mismo. Dicen que no existe sociedad perfecta, incluso dentro de las denominadas sectas religiosas. Siempre habrá elementos discordantes que perturben la paz social utilizando las diversas formas de violencia de que disponen.
La violencia se puede ejercer de muchas maneras: por acción u omisión, de forma directa o sesgada (violencia psicológica) o por dominio (pederastia, violaciones). Puede recibir multitud de apelativos (hooliganismo, violencia callejera…) y la sociedad actual que pareciera admitirla como un mal menor producto de sus propias contradicciones e imperfecciones.
La sociedad moderna (curioso adjetivo este, puesto que quienes vivieron hacia el 1650 de nuestra era, su época fue lo más moderno que existía) toma síntomas de aletargamiento cuando el odio y la sinrazón se reúnen en torno al miedo, el odio y la ira. Vemos los actos violentos desde la distancia de un aparato de televisión de forma tan lejana como lo pueda estar una estrella a 50 años luz. Sólo respondemos si esta violencia nos toca de cerca.
Inseguridad ciudadana, delincuencia (sea o no organizada), robos, asaltos o la violencia política forman parte de nuestra vida. Por hablar de violencia también podríamos englobar otros métodos más sutiles que pueden llevar el nombre de salarios de hambre, sobreexplotación laboral, violencia de género o sexista y así hasta el infinito.
El fútbol, como parte de esta sociedad que se autodenomina civilizada, no podía escapar a esta vorágine de rencor y odio. Y ahora mismo, los hinchas y simpatizantes albos pagando caro unos hechos provocados por unos pocos, cuando hace una semana en nuestra propia casa furibundos “hinchas” de Universidad Católica casi desmantelan la parte del estadio donde fueron ubicados.
Cuando la justicia no se reparte de forma equitativita y los imbéciles de turno se toman dicho precepto según sus normas, es hora de hacernos notar. No callemos y digamos las cosas por su nombre.
Impidamos que la estampida de esos caballos desbocados nos aplaste.
Porque si ellos saben montar su propia yeguada, nosotr@s también lucimos hermosos corceles cuyo paso ni destruye ni denigra el nombre de Colo-Colo. Y a pesar de la aparente victoria de aquellos cowboys de infierno, cuyo legado y herencia recogemos hoy, el equipo que luce el indio en el pecho jamás se sintió sólo por tierras de la V Región. El relinchar de nuestros caballos es más fuerte y poderoso que toda su miseria junta.
COLO-COLO, LA COLA DEL DIABLO Y POTROS POR DOMAR
El eterno campeón también siente el poderoso látigo en que se convierte la cola del Diablo una vez ésta le dio por moverse. En esta ocasión no tratamos ante malos resultados ni bajos niveles de juego. La situación es inmejorable a sabiendas de las mejorías a efectuar, tanto a nivel técnico como de plantilla.
Los demonios, esta vez invisibles y ocultos tras la nebulosa de lo fatídico toma nombre de lesiones y de recaídas que se están cebando en los jugadores albos. Con Michael Ríos, Jorge Araya y Matías Zaldivia perdidos para lo que queda de competición, la lista integrante de damnificados no hay semana que no aumente.
Octavio Rivero, Marcos Bolados, Fernando Meza, Pedro Morales y Esteban Pavez entre algodones; Justo Villar resintiéndose de su maltrecha rodilla y ahora con Claudio Baeza que empieza a sentir la minutada que lleva encima, cierra por el momento esta especie de hospital de campaña en el cual se está convirtiendo Colo-Colo.
Dicen desde el club que las alarmas saltaron hace tiempo. Que una comisión investigadora se puso manos a la obra en un intento fallido, al parecer, de encontrar las causas ante tanta lesión. Ni en cuerpo médico acreditado ni los máximos responsables del área técnica lograron hallar indicios de negligencia alguna.
Escudarse en el mal fario como única explicación lógica y apelar que son cosas del fútbol no me deja satisfecho. Ser jugador a día de hoy en Colo-Colo es una profesión de alto riesgo. La ruleta de la mala fortuna haciendo banca y dejando al cuadro del cacique en mantillas.
Porque las lesiones, ese potro indomable cuyas cicatrices psicológicas dejan una huella más profunda que la lesión en sí, no pueden convertirse en un paisaje permanente. Reconociendo que Ríos, Zaldivia y Villar fueron productos de acciones infortunadas del juego, el resto tienen un carácter muscular cuya génesis no supieron explicar los responsables anteriormente citados.
Pero que algo se hasta haciendo mal, es casi seguro. No puede ser que jugando un partido por semana el número de bajas sea tan elevado. Deberían mirar el terreno pisado no vaya a estar irregular o bajar la intensidad física ahora que toca descansar ente semana.
DE CUANDO…
De cuando el café nos lo están sirviendo frío, aguado, en vaso de plástico, con sabor a hiel y dosis de infarto. Y con todo este bagaje sobre nuestras espaldas, 0-2 en casa de Santiago Wanderers y más líderes que nunca.
De cuando el agitar del Diablo y su cola no son suficientes para doblegar el espíritu guerrero de los jinetes albos subidos a las grupas de sus hermosos alazanes, haciendo del esfuerzo colectivo sus señas de identidad.
De cuando la necedad toma vida en otros sueños deseando ganar en los despachos lo que no supieron obtener en la cancha de juego. De sus lágrimas renaceremos. De su estupidez nos fortalecemos. De su mal perder saldremos victoriosos.
Porque de cuando en cuando al fútbol le da por jugar al escondite inglés con Colo-Colo sin saber que la etiqueta de eterno campeón no es un mero apelativo, sino una eterna realidad.
FUERZA ALBA
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