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|COLUMNA| Con el tiempo comprimido

DESDE ESPAÑA CON AMOR

Esta vez toca reflexionar. Es hora de esconder por unos instantes mi mentalidad europea a la hora de vivir y sentir el formato de competición tradicional que se estila por el Viejo Continente, el cual, desde que tengo uso de razón es la que he vivido. Pero antes de entrar en materia quisiera invitarles a dar un paseo en el tiempo y me acompañen a recorrer algunas vivencias propias de cuando la inocencia presidía mi vida.

Autor | José Luis Pena Follow @QuincyChile

UN BALÓN Y ÉRAMOS FELICES.

La primera vez que acudí a un campo de fútbol debía tener cinco años y algunos meses. Recuerdos a contraluz. Coleccionando cromos de jugadores pintados a mano para pasar a los colores sepia un poquito más tarde. Tiempos en los que me era sumamente sencillo recitar una alineación de la época de memoria o los estadios de media España (la otra media no tenían campos, sino más bien patatales en toda regla), mientras a mi cabecita se le olvidaba cómo hacer la división de 12.456 entre dos o tardaba todo un curso en averiguar qué mares rodean España.

Años envueltos en “partidos” de fútbol en el patio del colegio antes de sonar la sirena de entrada y después de clase, con mi madre yéndome a buscar porque se hacía la hora de comer y yo no aparecía. Aunque para ser sinceros, la reunión de madres que se formaba más parecía una procesión de Semana Santa, debido sobre todo a la pasión dolorosa sufrida por quienes imaginábamos ser Eusébio ,Pelé o Gerd Müller . Literalmente nos arrinconaban, la tomaban con nuestras orejas y a más de uno nos tocó comer “caliente” en alguna ocasión.  

Y a pesar de todo, al día siguiente y al otro, y al otro…vuelta a la parafernalia que toda una generación vivimos con la candidez puesta por sombrero. Fueron tiempos donde el virus del fútbol empezaba a introducirse profundamente en nuestras mentes. No teníamos reglas. Ni centro del campo. Elegíamos los equipos bien por afinidad con el compañero, bien por sorteo. Mocosos de nueve, diez u once años intentando emular lo que veíamos en televisores arcaicos hoy convertidos en auténticas joyas de la industria de los años 70.

Tiempos en los que nadie quería jugar de portero, salvo yo, claro está. Dando la nota desde bien pronto. Llegando a casa con los pantalones rotos  y las coderas del jersey carcomidas porque el piso era de brea en el colegio o perdidos entre kilos de barro cuanto tocaba jugar en la campas del extrarradio. Y la madre esperando en casa porque ya no se dignaba en irte a buscar como hacía cuando era más chico.  

Y después del castigo pertinente a seguir soñando fabricando porterías cuyos postes eran nuestra propia ropa o las mochilas empleadas en llenarlas de cuadernos, libros de texto y lapiceros sin importarnos si había un charco o no. Los límites del larguero variaban en función de la estatura del valiente que quería ser arquero. Yo pegué el estirón antes de tiempo y siempre resultaba que mi pedazo de portería era de mayor altura que la de mi vecino del 4º Derecha. Me llovían goles a mansalva. Es entonces cuando empecé a odiar a los más bajitos. Lo juro, fue sin querer. Era fruto de las circunstancias, jejeje.

Con doce o trece años no eras consciente del sufrimiento acarreado a las madres y menos aun cuando nos liábamos a pedradas una vez concluido el envite. Eran las mismas piedras que delimitaban los extremos del campo. Unas marcaban las esquinas (no conocíamos la palabra córner) y otras las bandas. Una batalla campal dentro de otra batalla campal. Y media hora más tarde los perdedores del encuentro reclamando revancha para el día siguiente.

Y con los ánimos más tranquilos y recubiertos de tiritas y esparadrapos, vuelta a empezar. Si había suerte todos regresábamos a nuestros hogares sanos y salvos menos nuestros ropajes. Y si no a pelearnos como vikingos, para horas después ir camino del colegio cogiditos de la mano.

Huelga comentar que de aquella generación no salió futbolista alguno, al menos en mi barrio. Entre una infancia apagándose lentamente y una adolescencia alocada en medio de una sociedad acorralada por los designios del régimen, pasamos de fabular a ser meros espectadores en esto del fútbol. Lo milagroso de todo aquello es que lo recuerdas ahora con ternura y cierto aire de nostalgia. Recuerdos comprimidos en un tiempo donde los sueños se fabricaban a base de sudar, agotarse, correr como leones y salir zumbando si los del otro barrio se cabreaban.   

Con los codos y rodillas marcadas y algún tobillo lastimado fuimos haciendo el trasvase de la edad de la inocencia a la edad del pavo, aquella en la que si lograbas marcar un gol corrías como poseído hacia tu vecina o compañera de pupitre en señal de amor eterno. Amor eterno que duraba hasta la llegada de la nueva al barrio o la escuela. Y yo cargando las culpas de una defensa pésima, sin poder ofrecer a ninguna chica el gol de la victoria y con la sufrida madre esperándome tras la puerta de casa.

EL PELIGRO DE LOS TORNEOS CORTOS

Cambio radical de registro. No es la primera vez (y espero no sea la última) en utilizar esta licencia literaria que da a mis trabajos ese toque de emoción salvaje que supone no saber con lo que se van a encontrar.

Siempre-y cuando digo siempre, es siempre- he vivido el fútbol según los parámetros impuestos en Europa. Las competiciones ligueras se hacían (igual que hoy) de un tirón. Para nosotros, términos como Apertura o Clausura nos sonaba a chino, y máxime cuando alguien nos lo intentaba explicar.

Eran formas de competir que en aquellos tiempos (ya bien entrados en la década de los 80) no se entendía muy bien acostumbrados como estábamos por aquí a ligas de continuo que habitualmente comenzaban en el mes de septiembre y finalizaban allá por el mes de junio del año siguiente.

Menos mal que me fijé en Chile y Colo-Colo y supe aprender la idiosincrasia de unos campeonatos divididos en dos partes (con su campeón o campeones respectivos) y el intríngulis de confeccionar la denominada “tabla acumulada”.

Ahora domino estos conceptos como si los hubiese respirado siempre, pero en verdad me costó lo suyo saber la dinámica de estos torneos. Otra cosa muy diferente es mi opinión ante este tipo de competencias. Como mencioné al comienzo de esta columna, debo dejar aparcado  los clichés preestablecidos adquiridos a través de la historia y admitir que existen otras formas de competición, con sus propias reglas y normas que en poco o nada se parecen a lo que estoy acostumbrado a presenciar.  

Me puede gustar o no cómo se haya estructurado el fútbol chileno en cuanto a campeonatos de liga se refiere, pero ya que las cosas funcionan de esta manera, no voy a ser yo quien dictamine si se está en lo correcto o no.

Asumo plenamente que desearía un torneo largo (algo que por cierto, señaló no hace mucho Julio Barroso) siguiendo los patrones establecidos en casi todo el mundo futbolístico, aunque de igual forma disfruto bajo este formato. Y si es Colo-Colo quien comanda la clasificación mi goce se ve multiplicado.

Necesité de mi periodo de adaptación para empezar a entender la dinámica del fútbol chileno. Una vez asumidos conceptos novedosos para mi llegó la hora de ir más allá de los términos y empecé a analizar los pros y los contras de este sistema de competición. Prometo no marearos con las conclusiones extraídas, dado que me voy a centrar en un aspecto exclusivo: los peligros que comporta la disputas de torneos de estas características.

En concreto me centraré en algo estimo está pasando factura a Colo-Colo en este Clausura’ 2017. Abarca el tema de las lesiones que el Cacique está sufriendo en este más que avanzado  año.

He llegado a la conclusión que un torneo corto puede arruinar los sueños de un jugador que tal vez en uno largo no se diese. Un campeonato delimitado a seis meses es incompatible con ciertos tipos de lesiones. Al convertir cada encuentro en una pequeña final, donde al mínimo error ora vuelas alto, ora te sumerges en el lodo, los periodos de recuperación de ciertas lesiones también se ven afectados.

Comprendí cuanto estaba sucediendo en el mismo instante que leí a través de @SomosChileRadio el extracto de entrevista llevada a cabo por Pedro Morales y en la cual volvió a aparecer esa terrible sensación llamada ansiedad. No era la primera vez que dicho vocablo salía al aire. Otros jugadores también la emplearon con anterioridad.

¿Qué es la ansiedad?

Se entiende por un proceso ansioso el estado afectivo caracterizado por un sentimiento de inseguridad, dando lugar a periodos de tiempo donde predominan la inquietud y el desasosiego. En muchas ocasiones los ufanos en la materia toman la ansiedad como sinónimo de angustia, pero a diferencia de ésta última, en la ansiedad no existen manifestaciones fisiológicas ni neurovegetativas (sensación de ahogo, sudores o incremento del pulso). Son conceptos diferentes pero emparentados.

Psicodinámica

La psicodinámica es el recorrido más o menos estructurado y marcado de cualquier manifestación psicológica, tomando como base que todo trastorno tiene su fuente de origen, una sintomatología diferenciada  y un punto final que de no ser abordado en consecuencia, derivarán en un aumento exponencial de otros signos de mayor calado. Todo proceso ansioso tiende a asumir al individuo en una especie de círculo vicioso del cual salir es harto complejo, sobre todo si no se recibe asesoría adecuada.  

Pongamos un caso hipotético

Para una mejor comprensión del tema no voy a personalizar ni centrarme en nadie en concreto. Actuaré a modo de Director Deportivo y ficharé a un jugador al que llamaré Alejo Monreal.

Nuestro hombre es contratado por seis meses con una cláusula de renovación automática en función de los objetivos conseguidos. Llega tres semanas después de haberse iniciado la pretemporada y con evidentes síntomas de falta de forma al haber estado en blanco en su equipo anterior, bien por decisión del míster o por una lesión. Aquí los verdaderos motivos no cuentan, salvo que lo fiche ya cojo.  

Lo cierto y claro es que Alejo Monreal se incorpora a la plantilla con el tiempo comprimido sabiendo que los plazos quedaron achicados. Emprende una carrera (se supone supervisada) en pos de mejorar su condición física y donde el proceso de integración en el plantel debe hacerse escalonadamente. Alejo Monreal es plenamente consciente que a pesar de su profesionalismo, dichos procesos no tienen un tiempo definido.

Entre unas cosas y otras el tiempo pasa volando y Alejo Monreal se esfuerza en seguir los consejos de fisioterapeutas y cuerpo técnico. Entrena y practica cuantas órdenes le son demandas. Su integración paulatina va por buen camino pero siente el retraso llevado con respecto a sus compañeros.

Comienza la competición en sí y Alejo Monreal no es ni convocado. Queda camino por hacer hasta asimilar los nuevos preceptos del entrenador, coger el estado de forma ideal y volverse a mostrar feliz en una cancha de juego tras varios meses de parón.

Un día por fin es llamado a nómina. Es consciente de que no está al 100% de sus posibilidades y que eso de disputar los 90 minutos es una quimera. Pero algo es algo y la recompensa final a tanto esfuerzo llega con su salida al campo en el minuto 77 de partido.

Hasta aquí todo bien. Su cuerpo parece adaptarse de nuevo al trabajo exigido. Alejo Monreal ve la luz al final del túnel. Plenamente integrado y dando en el campo cuanto sabe, la tranquilidad reina en su horizonte. Hasta que llega la fatalidad bajo el nombre de lesión muscular. Otra vez al dique seco y con la sensación de haber arruinado el progreso integrador realizado hasta entonces.

El cuadro médico dictamina tras las pruebas realizadas que Alejo Monreal deberá estar ausente de los terrenos de juego por un periodo de dos semanas. En nuestro flamante nuevo jugador se instaura la preocupación al saber que dicha dolencia ya se le reprodujo tres años atrás y lastró sus expectativas por aquel entonces. A su memoria regresa el daño causado a su carrera deportiva cuando le indicaron en un principio cuatro semanas de rehabilitación que acabaron siendo mes y medio.

La cabeza rebobina y da vueltas mientras Alejo Monreal ve como su posible renovación por el equipo de su vida (eso al menos dicen el 99,9% de los jugadores que llegan a un nuevo club) puede verse afectada. Es hora de intentar por todos los medios adelantar los plazos impuestos por los galenos. El tiempo apremia y los truenos, rayos y centellas hacen acto de presencia.

Con su porvenir comprometido (vive de esto) en Alejo Monreal cierto grado de preocupación y ansiedad empiezan a agobiarle. Los combate con sesiones interminables de masaje y tratamientos. Sigue a pie juntillas todas las indicaciones. Intenta no sobreesforzarse al mismo tiempo que recela del presente mirando de soslayo el pasado y viendo como el futuro se le viene encima.

Imposibilitado de borrar las imágenes de hace tres años, más la ansiedad generada ante un porvenir entrecerrado, proporcionan en Alejo Monreal cierto grado de inestabilidad emocional que a la larga repercutirá en su estado anímico y de aquí a descompensaciones físicas. Es como estar en un callejón sin salida. El cielo se le viene encima y las tormentas que parecen no tener fin. De manera inconsciente Alejo Monreal entra en un proceso que le llevará inevitablemente a cometer imprudencias.

Toda su seguridad, su bienestar y felicidad seriamente marcados al ver que todo avance da pasitos hacia atrás. Su esencia de jugador se ve afectada. Le entran dudas y la inquietud le carcome los pensamientos positivos. Siente como las fuerzas disminuyen y su energía se apaga sin que sepa muy bien qué botón apretar para que toda esa desdicha desaparezca. El cóctel está servido. O Alejo Monreal rompe la dinámica o la ansiedad es fácil traspase barreras inimaginables, como por ejemplo, pasar del temor al miedo.  

Lo padecido por nuestro jugador lleva por nombre “ansiedad adaptativa”, alteración donde no entran en juego factores patológicos. Es fácil encontrar entre su sintomatología sentimientos de aprensión, sensación de agobio, bloqueo psicomotor, un aumento considerable de niveles de autoexigencia, crecimiento de los pensamientos negativos y posibles alteraciones del sueño y conductas alimenticias.

Todo ello aderezado por una inactividad que otorga innumerables horas de hastío por donde las técnicas de relajación y antiestresantes apenas cumplen su función, dando lugar a episodios cada vez más recurrentes y cuya profundidad irá en aumento.

El torneo es tan corto que cualquier percance acorta los caminos. Tan corto es que la toma de atajos llevaría a Alejo Monreal al borde del precipicio. Este es uno de los peligros de jugarse el futuro en tan solo 15 fechas.

PEDRO MORALES Y LUIS PEDRO FIGUEROA

Del primero decir lo bueno que supuso para él exteriorizar sus pensamientos. Tras esa rueda de prensa abrió las puertas de su corazón y puso la primera piedra para conseguir el equilibrio emocional necesario y restar grados a la ansiedad.

De Luis Pedro Figueroa comentar que a pesar de su veteranía cayó en la trampa de intentar no dar importancia a una pequeña lesión muscular sufrida ante Santiago Wanderers y que le privó de seguir en el terreno de juego una semana después contra Huachipato. De aquella imprudencia surgió su ausencia en Iquique.  

OCTAVIO RIVERO

Aunque el uruguayo fue de largo el mejor en la derrota sufrida ante Deportes Iquique este pasado domingo, lo cierto es que durante unas semanas tuve serias dudas sobre su porvenir durante este torneo.         

Sobre Octavio Rivero no quisiera lanzar un dictamen vinculante sobre lo sucedido, ante todo porque no soy la persona adecuada, pero todo hace indicar que entre las fiebres (no se sabe cuales), con ingreso hospitalario incluido, las continuas molestias de carácter muscular y el asalto sufrido, fueron la génesis de lo que el cuadro médico albo denominó “descompensación física”.

Descartando el proceso febril como fuente principal de tal descompensación, los otros dos factores si actuaron de catalizadores para que el bueno de Octavio Rivero presentara altos niveles de ansiedad, centrándome especialmente en el episodio de asalto padecido.

Aquel hecho dejó-según mis estimaciones-secuelas y huellas emocionales que la mente del charrúa no pudo solventar. Fácilmente podríamos esta hablando de un “síndrome de estrés postraumático” surgido tras la exposición a un acontecimiento estresante, altamente perturbador que involucran un daño físico o de naturaleza extremadamente amenazante o catastrofista.   

La respuesta psicoemocional a tal acontecimiento casi nunca aparece en el acto. El hecho, tras el impacto inicial queda relegado al olvido mientras son establecidas las pertinentes  diligencias policiales, posibles chequeos médicos y cuantos protocolos sean necesarios practicar.

Octavio Rivero dio por sentado que el daño emocional padecido estaba superado. Pero días o semanas después los primeros síntomas de que algo no iba bien empezaron a tomar forma. Dentro de la cabeza de nuestro jugador, de seguro asomaron recuerdos perturbadores, que tras la evasión o adormecimiento de las imágenes vividas presentan un alto grado de hiperactividad, lo que trae consigo episodios recurrentes a modo de flashbacks.

Estamos, por tanto, ante una severa reacción emocional tras sufrir un trauma psicológico debido fundamentalmente a que los mecanismos de defensa mental se ven desbordados e incapaces de reconducir los pensamientos negativos.

Viendo su exhibición en el Municipal de Cavancha doy por sentado que los procesos de asimilación, aceptación y superación cumplieron con su papel y relegaron lo ocurrido a un simple mal recuerdo, dando lugar a que no se perpetuasen de manera insidiosa en Octavio Rivero, pues de lo contrario, el aumento de trastornos subyacentes repercutirían en su vida como persona y jugador de fútbol.   

FIN DE LA CLASE

Estimada familia alba; queridos compañeros de @SomosChileRadio y @DaleAlbo; amig@s de otras tierras y a mis adorables lector@s, se acabó la clase por esta semana. Sonó el timbre de salida y ya pueden correr al patio del colegio, bien para darle cuatro patadas a un balón o bien presenciar las evoluciones de un grupo de muchach@s cuya pasión es el fútbol.  

Yo por mi parte prometo que si hago la parada del curso me iré a la banda para declararles mi amor eterno, aunque a decir verdad el arroz se me pasó hace tiempo y tendré que hacer como cuando era un crio, otear el horizonte en espera de mejores tiempos. Automatismos adquiridos, que se dice.  

Y con respecto a mi fichaje estrella, Alejo Monreal, dejarle en manos del destino, no vaya a ser que tenga necesidad en un futuro a corto o medio plazo de requerir sus servicios.  

FUERZA ALBA    

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