|COLUMNA| Impresiones
DESDE ESPAÑA CON AMOR
Terminó Copa Confederaciones y Colo-Colo comenzó la pretemporada. Los sueños de La Roja algo maltrechos por una final perdida y las esperanzas albas que recién empezaron a asomar. Tiempos de despedidas momentáneas y saludos se entremezclan cuando de una pasión saltamos a otra. Sin pausa. Con un “hasta luego Roja querida” y un “qué bueno que regresaste, Colo-Colo del alma” se nos pasa el tiempo entre recuerdos fundidos en rojo y blancas ilusiones. Es lo que tiene ser un apasionado de la selección nacional e hincha del equipo más grande jamás construido.
Autor | Jose Luis Pena Follow @QuincyChile
Querida familia alba, ahora que los sueños permanecen vírgenes de cara al torneo Transición’ 2017 y el presente todavía no los trastocó; amigos, colegas y compañeros de @SomosChileRadio y @DaleAlbo, cuyas pasiones se transformarán en letras una vez el balón eche a rodar camino de una estrella; ángeles de otros demonios que tienen los mismos deseos de triunfos y victorias del abajo firmante; a esa legión (y no es broma) de gentes cuyos empujones ejercen de viento de cola:
Toca sacar a pasear las impresiones que dejó Chile en tierras rusas y las proporcionadas por un Colo-Colo recién parido, en este alma que todo lo observa, analiza, estudia y procura ceñirse a su verdad sin intentar hacer norma ni “cristianizar” al más feroz de los agnósticos.
Dividiré este nuevo trabajo en dos mitades para nada contrapuestas. El amor es posible compartirlo, bifurcarlo y convertirlo en tangencial gracias a un deporte, el fútbol, propenso a dar dos señales de vida en dos entornos diferentes. No es cuestión de hacerse la típica pregunta que toda abuela suelta de golpe y porrazo a sus niet@s: ¿a quién quieres más, a papá o a mama?
En mi caso particular quien primero llegó fue el combinado de Chile gracias al nefasto Mundial de fútbol España’ 1982 (nefasto para Chile), para poco después arribar a mi vida Colo-Colo en tiempos en los que era muy difícil abandonar tu hogar de la infancia y convertirte en una especie de apátrida alocado que cayó rendido a los pies del sueño nacido por obra y gracia de Don David Arellano Moraga.
De ahí mi siempre negativa a proclamar esa frase absurda (según mi criterio) cuyo eslogan dice: “soy colocolino antes que chileno”. Si el Cacique representa el 50+1 de Chile, la postura de quienes sinceramente dicen pensar así, niegan la posibilidad de unir los destinos de las dos instituciones deportivas más grandes de ese país encajonado entre los poderosos y altivos Andes y el interminable Océano Pacifico.
Soy albo y visto de blanco mi corazón, de igual manera que vibro, sufro y me apasiono por quienes portan el color rojo como enseña de un país que no siendo el mío, hace tiempo, mucho tiempo, decidí pertenecer a él a sabiendas de las dificultades que dicha decisión entrañaba.
(Parte 1ª) CHILE Y COPA CONFEDERACIONES
Todo lo bueno deseado se cumplió. Hice de mi intuición un arte y aunque en no pocas ocasiones fallo más que una escopeta de feria, lo cierto es, que menos ganar el título en juego, el recorrido de La Roja me satisfizo plenamente. Al fin al cabo, y poniéndome en plan positivista, las finales la ganan y pierden aquellos quienes acceden a ellas, y eso es algo que no todos pueden decir.
Tres han sido las ocasiones de forma continuada en las que Chile jugó en el partido más importante de un torneo: la gran final. Los años 2015, 2016 y 2017 son testigos del grandísimo salto hacia delante de una selección que emociona y agrupa todo un país en torno a una generación de futbolistas y cuerpos técnicos con ánimo de no seguir lanzándose al vacio, en donde la sensación de hastió quedó relegada al pasado.
La evolución del combinado nacional chileno es un hecho evidente y esto también queda fielmente reflejado en el “Ranking FIFA”. No fue hasta agosto de 1993 cuando el organismo que rige el fútbol mundial implantara su “Clasificación Mundial FIFA”, referente para comprobar los avances y/o involuciones de cuantas selecciones pueblan dicho estamento.
Hagamos un repaso del recorrido llevado a cabo por la selección nacional de Chile desde aquel año de 1993 a nuestros días, para así comprobar, con datos en las manos, de los progresos conseguidos en su transcurrir planetario. Chile arrancó aquel agosto de 1993 en el puesto 49º. Obviaré el recorrido llevado a cabo entre 1994 y 2001 por considerarlo innecesario y no alargar en exceso unas estadísticas muy diferentes a las actuales.
Estos son sus mejores registros obtenidos en años naturales en el periodo 2002-2017:
-puesto 84º (18 de diciembre de 2002), su peor resultado cosechado;
-puesto 58º (septiembre de 2003);
-puesto 65º (junio de 2004);
-puesto 63º (noviembre de 2005);
-puesto 45º (diciembre de 2006);
-puesto 32º (marzo de 2007);
-puesto 31º (diciembre de 2008);
-puesto 15º (diciembre de 2009), el inicio del gran salto;
-puesto 10º (julio, agosto y septiembre de 2010);
.puesto 11º (julio y agosto de 2011);
-puesto 11º (junio de 2012);
-puesto 12º (octubre de 2013);
-puesto 12º (julio, agosto y septiembre de 2014);
-puesto 5º (noviembre y diciembre de 2015);
-puesto 3º (5 de mayo de 2016);
-puesto 4º (desde noviembre de 2016 a junio de 2017);
-puesto 7º (en julio de 2017 tras la disputa de la final de Copa Confederaciones).
La próxima lista ofrecida se hará oficial el 10 de agosto una vez haya concluido la Copa de Oro de la CONCACAF.
Es indudable que el paisaje ofrecido por Chile en estos últimos años es espectacular. De los tonos resecos y áridos por los que transitaba se pasó, en relativamente poco tiempo, a frondosos campos donde se mezclan cultivos de lavanda y grandes extensiones de arbolado.
Ahora sólo toca esperar que esta racha de buenos resultados y clasificaciones internacionales tengan continuidad una vez se logre la participación en la Copa Mundial Rusia’ 2018. De tod@s es sabido el galimatías que supone entender el “Ranking FIFA”, pero aun no siendo el sancta sanctorum es una herramienta útil para mirar la situación más o menos real de una selección.
Después de Copa Confederaciones
Al margen de jugar la final de un torneo que va mucho más allá de la disputada en la “China Cup” a principios de año, una vez concluida esta Copa Confederaciones, hay cuatro temas que me llaman la atención con respecto a Chile.
(Tres finales sin goles)
La primera hace hincapié en la ausencia de goles tanto en semifinales como en la final. En ambos casos no se logró marcar, y eso que contra Portugal en el partido que habría la llave en busca de la gloria, entre una pena máxima no pitada y dos postes consecutivos en la misma jugada se nos privó de la casi siempre despistada justicia del fútbol. Luego en la tanda de penaltis se restableció el orden que nunca debió ser asaltado.
Este hecho de no marcar un gol en el encuentro definitorio es un mal endémico que sacude a La Roja. Pareciera haberse tomado como norma invitar a la buena suerte tras 120 minutos de juego. Se alzó el virreinato de América a base de patear un balón desde los once metros, sufrir del corazón y mostrar altos niveles de presión sanguínea. Argentina lo sabe, de la misma manera que en España se puso el acento en este hecho. Al día siguiente de vencer a Portugal de la manera por tod@s conocida, alguien dejó por sentado que en Chile, cuando se dirime un partido por penaltis, el resultado final se sabe de antemano.
(Claudio Bravo, Gonzalo Jara y Marcelo Díaz)
Las tres próximas observaciones tienen nombres propios. Uno lleva la firma de Claudio Bravo, la otra la de Gonzalo Jara y la tercera tiene como protagonista al “Chelo” Díaz. El primero por convertirse en enésima vez en ese baluarte que todo entrenador o seleccionador quisiera tener bajo sus órdenes. No jugando, más por precaución que otra cosa, los encuentros ante Camerún y Alemania, su huella de campeón se dejó sentir ante Australia y de manera más clara contra Portugal. Pasarán los años y en nuestras retinas persistirán las tres estiradas en otros tantos penaltis cuyo fruto recogido derivó en dos consecuencias directas: el pase a la final y el incremento de la leyenda de alguien ya leyenda de por sí.
Quien no va camino de convertirse en leyenda precisamente es mi siguiente invitado, Gonzalo Alejandro Jara Reyes (Hualpén, Región de Bio-Bio, 1985), más conocido por el sobrenombre de “Jarita”. Entre indisciplinas cuando Claudio Borghi dirigía la selección nacional (caso Bautizazo, 9 de noviembre de 2011); detención por conducción no autorizada de vehículos tras dar positivo en control de alcoholemia y caerle 17 meses de suspensión cuando defendía los colores del Brighton & Hove Albion, más el incidente protagonizado con el jugador uruguayo Edinson Cavani el 24 de julio de 2015 en encuentro de cuartos de final de Copa América Chile’ 2015, su expediente parecía completo. Pero no. Jara decidió aumentar su estatus transgresor al sumar la agresión propiciada al futbolista alemán Timo Werner en plena final de Copa Confederaciones este pasado 2 de julio y su posterior salva de aplausos a un colegiado que decidió mirar para otro lado en dos ocasiones consecutivas.
Uno no sabe qué pensar de Gonzalo Jara. Admito que tiempo atrás dejé de convertirme en juez de los imposibles y abogado del Diablo. No es mi intención sacrificar el comportamiento de alguien, salvo, como sucedió recientemente con Esteban Pavez, la vida del implicado u otras personas corran serio peligro, pero sí dejar constancia de unos actos no propios de quien tiene la obligación de convertirse en santo y seña de unos valores futbolísticos por él dañados.
Nunca, y lo voy a repetir, nunca crucificaré al “Chelo” Díaz por su tremendo error durante la final ante Alemania en esta copa recién concluida. El fútbol se viste de desgracia en muchas ocasiones. Vive de esto. Engorda su historial en base a fracasos sonados, errores de bulto, jugando con la grosería y manchando presentes hasta la eternidad, todo ello sin el menor rubor cuando cinco minutos después puede cubrir de oro cuanto enfangó. Grandezas y miserias de un deporte cuya picadura emocional nos condiciona la existencia en ciertos momentos de nuestra vida. Puro veneno o el éxtasis existencial condensado en un rectángulo de juego.
Marcelo Díaz se convirtió en el villano de la película cuando todavía restaba una minutada para su conclusión. Había tiempo más que suficiente en ir a buscar la respuesta adecuada. Pero no se hizo lo correcto. Tras el regate a la historia propiciado por el “Chelo” Díaz, los nervios, las imprecisiones, la frustración y la rabia dominaron el juego de La Roja. Se entró en una dinámica de enfrentamiento contra sus propios demonios y un rival joven pero al parecer experto en librar batallas cuerpo a cuerpo.
Nuestro número 21 pasó a engrosar esa terrible lista de jugadores marcados de por vida tras la ejecución de una mala jugada, un fallo garrafal o ser el artífice de una tanda de penaltis cuyo resultado global refleje un 4-5. Ustedes me entienden.
No pudo con semejante situación. Juan Antonio Pizzi esperó lo que restaba de primer tiempo, el descanso y unos minutos de la segunda parte para darse cuenta de que Marcelo Díaz era un jugador irrecuperable para esa final. Su derrumbe definitivo llegó una vez finalizada la contienda. Entre sollozos y lágrimas de amargura intentó decirnos todo el horror que estaba padeciendo. Y ni con estas alcanzó el “perdón” de una pequeña representación de la hinchada chilena que cargó duramente contra él.
Sentí pena ante los ataques efectuados por cuatro amargados de la vida, esos mismos que desconocen los mecanismos por los cuales se rige el fútbol y que seguramente en sus vidas no ejercieron ni de recogepelotas. Qué fácil resulta golpear a los débiles y cargar contra ellos toda nuestra frustración. Hay que estar en la cancha y vivir un partido importante. Todo jugador debe tomar durante el discurrir de un encuentro decisiones más o menos transcendentales en una fracción de segundo. A veces salen bien, pero en cambio en otras, la solidez y la solvencia se van al garete por la puerta de atrás. Y esto último le ocurrió a Marcelo “Chelo” Díaz. Es de esperar que el Estadio Krestovski de San Petersburgo no sea su tumba definitiva de alguien al que le restan diálogos con un fútbol a veces sordo.
(Parte 2ª) COLO-COLO EN PRETEMPORADA
Con el disgusto mayúsculo y duradero en el tiempo por lo hecho a Don Justo Villar, Colo-Colo emprendió por tierras de La Serena la pretemporada. Entre sesiones a doble turno y algún que otro partido amistoso de preparación las cosas parecían ir con buen rumbo, hasta alcanzar el primer envite más o menos serio contra el conjunto de Coquimbo Unido, saldado con una derrota por 1-0.
Todo dentro de lo normal encuadrado en la tónica habitual en este periodo de tiempo. Es completamente común, lógico y frecuente perder partidos cuando los pasos a seguir son todavía un boceto. Si esa derrota es producida al introducir Pablo Guede una alineación de circunstancias y cargada de quienes tienen casi todas las papeletas de no ser titulares cuando el Torneo Transición’ 2017 eche a andar, la cosa no debería pasar a mayores. Pero no fue así.
Desconozco si fue una pequeña o gran porción de hinchas albos quienes pusieron el grito en el cielo tras lo presenciado en el Bicentenario Francisco Sánchez Rumoroso. Hubo tres quejas fundamentales que se llevaron la palma. Una fue la derrota en sí. Escoció a más de uno y todavía me pregunto el por qué. La segunda fue el reclamo contra nuestro entrenador por disponer durante el encuentro de un equipo “B”, y esta circunstancia produjo a su vez una cascada de lamentos, quejidos y lloros por no ver en cancha a ningún crack.
Pudiera entender el enfado monumental de quienes se trasladaron a Coquimbo tras pagar su correspondiente entrada. Al fin y al cabo no sólo acudieron a presenciar un partido del Cacique, si no que se ilusionaron con la posibilidad de ver en acción nuevamente a Jorge Valdivia o Esteban Paredes, los dos referentes actuales de un Colo-Colo algo desnortado tras el injusto “despido“de Don Justo Villar.
Pero mi comprensión llega hasta ahí. Quienes vieron el partido desde el sofá de su casa o simplemente no lo vieron (es mi caso) las quejas están de más. Contra Coquimbo Unido se disputó un partido de carácter amistoso (no lo debió ser tanto al haber dos expulsiones) y no una final de Copa Chile, pongo como ejemplo. El cuadro técnico, con Guede a la cabeza, no creo que estén por la labor de echar piedras sobre su propio tejado. Ellos mejor que nadie saben de cómo está el plantel y los riesgos que correrían algunos elementos en caso de jugar.
Mucha impaciencia observé en algún sector de aficionad@s del eterno campeón tras aquel partido. Debieran entender los peligros que entrañan esta clase de encuentros, sobre todo cuando los jugadores no adquirieron el tono físico adecuado para abordar unos intensos minutos y las lesiones, bien por golpes, bien muscular, se encuentran al acecho.
Se deben calibrar los imponderables surgidos en pretemporada. Es preferible caer derrotados ahora, donde todo está por hacer, que perder alguna pieza fundamental en el esquema del equipo por satisfacer los deseos de una afición habida de ver a sus estrellas en acción. Si los estados de nerviosismo empiezan tan pronto y las críticas se vuelven asesinas, el futuro nos empezará a sangrar mucho antes de que empiece la hemorragia.
(Breves impresiones sobre Copa Chile)
Otra cosa bien diferente es el ridículo acontecido en el Bicentenario La Portada este pasado 9 de julio en partido valedero para Copa Chile. En dicho encuentro, un Colo-Colo sin señas de identidad propias, donde diera la impresión de no tener vida ni mentalidad ganadora, fue cruelmente avasallado por Deportes La Serena. El 4-1, al margen de si el penalti lo fue o no y si el cuarto tanto se consiguió en fuera de juego, resultó una buena vara de medir. Y la medición final daba miedo observarla.
Lloverán palos en los próximos días a todo lo que se mueva en Macul. No se va a librar ni el apuntador. Las dianas tienen destinatarios, empezando por un Pablo Guede cuyo crédito quedó agotado en tan sólo 90 minutos de juego.
Toca rezar para que se produzca un milagro en el partido de vuelta. Todo dependerá de dos factores: uno, si Colo-Colo es capaz de caminar por la cuerda floja y hacer malabares; dos, la predisposición mental del cuadro “papayero” cuando salte al Monumental.
Y como del fútbol no me fio un pelo paso de ponerme las vendas antes de producirse la herida, no vaya a ser que entre despegar las tiritas, desenredar vendajes y observar la cicatriz emocional, me pierda algo grande. En este deporte nunca se sabe.
Aprendí hace mucho que a este juego le gusta mentir, practicar el escondite y obrar milagros hasta para los más ateos. Simplemente asumo la ilógica de sus postulados. Su razón de ser última y la esencia que lo hizo universal siempre se haya escondidas en un lenguaje poliédrico y enigmático, de hay que el fútbol, a través de sus páginas, me enseñara al mismo tiempo a ser creyente y soñar con la reencarnación.
FUERZA ALBA
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